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Las hipótesis tranquilas. Por Facundo Calegari.

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Sin títuloHace muy poco se realizó en nuestro país el Rorty Symposium, un congreso de filosofía que recordó la memoria y el trabajo de Richard Rorty. Fui al cierre de una de las jornadas porque hablaba Richard Bernstein, un filósofo al que le gustan las hipótesis tranquilas, un temperamento que se siente cómodo pensando, junto con John Dewey, en la democracia y en su relación vital con la cooperación voluntaria, en la idea de una comunidad política que posibilite el autodesarrollo individual. Bernstein vino a Argentina para rendir un homenaje a un tipo genial, a su amigo, a quien conoció en el comedor de la Universidad de Chicago cuando tenía apenas 18 años y con quien se pasó el resto de la vida discutiendo y compartiendo. Entre otras cosas, dijo que el gran legado de Richard Rorty fue su capacidad para expresar la necesidad intelectual de estar más cerca de la propia experiencia de vida, de la propia sensibilidad y de la sensibilidad necesaria al momento de relacionarse con otros seres humanos. Reconstruyendo de forma terapéutica la historia de la filosofía, Rorty pudo dejarnos eso, dijo Bernstein. Algunos creemos que todo eso fue mucho y muy bueno.

La mención particular de su lectura fue dedicada a la contingencia del lenguaje, así como la pregonaba el propio Rorty en obras como “Contingencia, Ironía y Solidaridad”. Desde un punto de vista estrictamente filosófico (y me refiero al punto de vista del filósofo profesional), la tesis de la contingencia del lenguaje puede ser presentada de una forma un tanto compleja. Pero creo que desde otro lugar, menos filosófico y menos profesional, esa tesis es mucho más sencilla y bastante más significativa de lo que parece para el sentido común: se trata de una idea que afirma que no existen léxicos últimos, que no hay vocabularios más “objetivos” o “finales”, que todos los léxicos son falibles y que en determinado momento pueden perder utilidad y ser reemplazados por otros. Si se la mira de este modo, creo es una hipótesis bastante tranquila y, sobre todo, práctica.

Richard Rorty se pasó buena parte de su vida intentando averiguar si era posible sostener una actitud liberal y pragmatista y si era posible hacer de esa unión un modo de vida que haga imposible el autoritarismo en epistemología, ética o política. Creía que ser un liberal pragmatista consiste, entre otras cosas, en mirar hacia el futuro sin prejuicios, en que se puede incrementar la igualdad y la libertad a la vez que se disminuye al mínimo posible toda forma de sufrimiento humano. Creía que la mejor manera de trazar una historia de la democracia era mirando la forma en que la libertad aumenta con el paso de las épocas y creía en la democracia como una forma de mejorar la calidad de vida utilizando instituciones y sosteniendo la cooperación pacífica entre los ciudadanos. También estaba convencido de que para todo lo anterior era necesario colocar a los conflictos en la arena de la discusión pública, no como berrinches políticos sobredimensionados sino como forma de impedir que los poderosos sean cada vez más poderosos a expensas de los más vulnerables.

En algún momento de su lectura Bernstein dijo que, aun con exceso de arrogancia y hasta con algo de irracionalidad, Rorty había intentado romper la costra de las convenciones filosóficas y políticas: “In this, he was fallowing his heroe, John Dewey… and we all need heroes”, dijo. Ese fue para mí el mejor pasaje de su lectura, porque en ese momento Bernstein hizo una mueca bastante elocuente y también porque teniendo en cuenta la relación que existía entre filosofía y democracia para Rorty, me dejó pensando en cuán necesario es empezar a romper la costra de las convenciones democráticas de nuestro país.

Creo que deberíamos hacer el intento de quebrar la costra que recubre la forma en la que pensamos nuestra democracia y nuestro futuro como sociedad. Y no se me ocurre mejor modo de hacerlo que experimentando a través de hipótesis más tranquilas, porque como pensaba Jorge Luis Borges, las hipótesis tranquilas del pragmatismo supeditan la filosofía a la acción y a la felicidad (“…pero esa felicidad es intelectual, esa acción es noble”, decía). Necesitamos una hipótesis más tranquila con respecto a las transformaciones sociales, que sugiera que los cambios para bien pueden ser posibles mejorando las instituciones para que sean respetuosas de los derechos y las libertades básicas. Una hipótesis más tranquila sobre la relación de nuestro país con el resto del mundo, que nos haga atractivos y a la vez hospitalarios para el que quiera vivir o pagar impuestos en él. Una hipótesis más tranquila con respecto al sistema impositivo, porque quizás necesitamos mejores impuestos y algo de normalidad. Un poco de tranquilidad en la consideración de los liderazgos políticos, porque se suele gritar a viva voz que lo que necesitamos en los días que corren es un “liderazgo fuerte”, cosa absurda desde donde se la aprecie. Una hipótesis más tranquila sobre la libertad… me resulta bastante imprescindible una hipótesis más tranquila sobre la libertad.

Cuando terminó su exposición me acerqué a Bernstein y le hice una pregunta. Me respondió corto pero muy conciso, claro y amable. Fue una buena respuesta. Me fui pensando un poco en la respuesta y otro poco en que el Rorty Symposium fue coordinado por un filósofo profesional que milita en La Cámpora, que confiesa haberse hecho peronista a los 40 años y que explica esa conversión política mediante un paralelismo con la conversión religiosa que se atribuye a William James. Con estos datos biográficos volví a pensar en la relación entre filosofía y política y me frustré por un rato, hasta que elegí no frustrarme falsamente porque, después de todo, lo había escuchado a Richard Bernstein recordar a su amigo. A un tipo genial al que le gustaban las hipótesis tranquilas.


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